En coincidencia con el aniversario 161 de la gesta de la Restauración, hoy 16 de agosto del 2024, el gobierno que preside Luis Abinader cumple sus primeros cuatro años, e inmediatamente inicia otro cuatrienio, por lo que no habrá mucho tiempo para mirar atrás y más productivo sería enfocarse en el porvenir.
La evaluación del período que finaliza tendría sus luces y sombras según se mire, lo que conduciría a sobredimensionar unos aspectos en desmedro de otros, por lo que en aras de la objetividad una mejor ponderación de los cuatro años que terminan es partir de lo que ha significado para el país la figura del jefe de Estado.
De esa forma no habría, necesariamente, unanimidad de criterios, pero se encontrarían muchos puntos comunes sobre que a Abinader le ha correspondido lidiar con coyunturas difíciles y ha vadeado simultáneamente varios contratiempos: crisis económica, pandemia, la prolongada debacle haitiana y la guerra en Ucrania.
Navegó de crisis en crisis, pero mantuvo la nave a flote y con viento a favor, como piloto de tormentas y gestor de conflictos que no baraja lo que considera su responsabilidad.
Mientras hombres con poder dejan en manos de asesores gestionar determinadas cuestiones, el presidente prefiere encararlas personalmente, en forma abierta y franca, al punto de que le gusta hablar en primera persona y acostumbra a empeñar su palabra.
Son cualidades que nadie puede regatearle, como también su reiterada práctica de procurar consenso para abordar los grandes temas de la agenda nacional, característica propia de quienes se profesan demócratas.
Al empezar su segundo mandato, desde el que se ha impuesto, motu proprio, no aspirar a la presidencia o a la vicepresidencia “en ningún otro periodo”, ha enviado señales de que entre sus prioridades figura modernizar el Estado, simplificar su estructura y transparentar la gestión financiera, además de propulsar un programa de reformas liderada por la constitucional, seguida por la fiscal.
El hecho de contar con mayoría parlamentaria y predominio casi absoluto de su partido, pudiera indicar que afrontaría pocos inconvenientes para cristalizar sus propuestas, con el riesgo latente de que en ausencia de una oposición política real aniden la intolerancia y la fuerza.
Le esperan otros retos, como consolidar su liderazgo en el partido, mantenerlo unido y promover un relevo que garantice la conservación del poder del Estado, lo que acaso sería su más importante legado.