Por: Ramón Antonio Veras.
No, qué va; jamás en la vida mi generación pensó que podía ser testigo de lo que está ocurriendo hoy en nuestro país a nivel de desenfreno juvenil. Los excesos que observamos en muchos de los jóvenes de ahora dejan atónitos al más sereno; el más impasible queda con la boca abierta, se siente desconcertado, como quien ve visiones; patitieso, turulato.
A cualquiera se le hace un nudo en la garganta; como si se sintiera reducido a la nada, pura y simplemente anonadado. La impresión puede ser tan grande que la confusión se apodera hasta de aquel que se caracteriza por su lucidez. Lo que está ocurriendo es para conturbarse por un largo rato. Lo de nuestra juventud es para preocuparse y a la vez angustiarse.
El más confiado de los que habitamos en el territorio de la República Dominicana, de seguro que está pasando por una etapa de absoluta incredulidad. Hay que estar aquí, en el país de nuestros amores y sinsabores, para saber que sí, que es cierto, verídico, real lo que estamos mirando estupefactos.
Desórdenes y acciones violentas ejecutadas por adolescentes en centros educativos ponen de manifiesto el deterioro de la sociedad dominicana y lo agrietada que está la célula familiar. Resulta desazonador, inquietante los actos que a diario ponen en práctica nuestros niños. Las acciones dañinas que están haciendo los futuros ciudadanos y ciudadanas son para mantenernos con las manos sobre la cabeza.
Cualquier país del mundo civilizado se mantiene impaciente al saber que un niño de 13 años se presentó a un centro educativo con un arma de fuego, como ocurrió en la comunidad de Jacagua, cerca del centro de la ciudad de Santiago de los caballeros. El hecho de ese adolescente salir de su hogar, armado, revela que de parte de sus padres no hay control, ya que se comprobó que el arma es propiedad de su progenitor.
Con justificada razón se mantiene en permanente nerviosismo la parte sana de los dominicanos y las dominicanas, al saber que un estudiante de 5 años resultó herido luego de ser lanzado de un segundo piso por otro alumno de 8 años, como ocurrió la pasada semana en una escuela en San Francisco de Macorís, provincia Duarte. De seguro que no tienen la dirección en la formación de sus vástagos, el papá y la mamá del niño que decidió tirar a su compañerito desde un segundo nivel del centro educativo.
Bajo un estado de sobresalto vive un amplio sector de la sociedad dominicana porque sabe que en cualquier momento se llena de pavor al tener conocimiento de que estudiantes del nivel secundario, llenaron las calles aledañas a su centro escolar, de miles de hojas desprendidas de sus cuadernos, como sucedió la semana pasada en Santiago. A esto se le puede sumar la destrucción de pupitres y escritorios, por parte de estudiantes, hecho ocurrido hace unos días en una escuela de la ciudad capital.