HECHOS PARA RECORDAR

POR PERIODISTA ADRIANO DE LA ROSA

DESDE EL TENIENTE HERASME Y EL SARGENTO RÁFAGA;  HASTA EL TENIENTE LA SOGA Y EL SARGENTO CABITO. LA CONTINUIDAD DE UNA SAGA.
(Una conducta y una retahila de asesinos)

Después de la guerra de abril se desbordó el terrorismo de Estado. Tanto en el gobierno provisional de García Godoy, como en el del Dr. Balaguer, corrió mucha sangre en el país. Desde las fuerzas militares y la Policía Nacional se cometieron  numerosos crímenes.  Una patrulla de la policía en el año 69 ejecutó a un grupo de ciudadanos. Por casualidad, uno quedó vivo y declaró, acusando al teniente Herasme y a la patrulla de la P.N. Debido  a esto salió a relucir las actividades nocturnas de  estos individuos: Todas las noches,  apresaban ciudadanos para asesinarlos, sin otra razón que no fuera el odio y el desequilibrio mental del teniente Herasme.

En el 1970, un sargento de la P.N apodado Ráfaga, apresó a cuatro ciudadanos en Barahona,    fusilándolos en una playa de esa provincia.

Pasaron décadas y gobiernos. El sistema de golpizas, torturas y asesinatos, trascendió el nivel político para caer a todos los niveles de la sociedad. Ya no sería el  capitán Arias Sánchez, asesinando al periodista García Castro, ni los oficiales de la fuerza aérea, a Orlando Martínez. Se
impuso el crimen sin control.

Hacen  unos años  atrás, se conoció el espantoso caso del teniente La Soga. La  sociedad fue estremecida. Se hizo pública la denuncia sobre sus crímenes y andanzas: más de 20 asesinatos. Un sicario al servicio del gansterismo. Un oficial con licencia para matar. Supuestamente tenía orden de arresto, pero vivía en Santiago. Una mañana cayó abatido, mientras hacía su caminata mañanera. Todo quedó en la sombra de siempre.

El mes pasado la sociedad fue impactada por la acción  del señor  Juan Antonio Estévez Santiago, alias Guancho, ex miembro de la policía quien amenazó y disparó contra un técnico de una empresa de comunicación y lo amenazó de muerte.

Es constante y permanente la actitud de violencia en algunos miembros de los organismos de seguridad y protección de la ciudadanía.

Ahora, llegó el caso de un desequilibrado mental de apodo Cabito, pero de rango sargento. El  hombre tiene un hospital de heridos y un cementerio de muertos. Era un gatillo alegre que andaba por las calles disparando y matando ciudadanos por cualquier acto insignificante. Nada detenía a este hombre. Hasta sus compañeros policías le tenían miedo.

Sólo  la claridad del  día y las cámaras, pudieron detectar a este asesino, al disparar y matar a un joven abogado y oficial de la misma policía. Llegó el escándalo por la  muerte de ese joven.  Por la indignación de la población, ya Cabito, no sería protegido más.

No importa un español, ni nada para una supuesta reforma: la saga, la saña y la seña no se detiene. Cuestión de fondo, de sistema, no de jabón para lavar la cara.

¿Cuantos protectores y jefes de los Cabitos hay, tras un limpio y elegante uniforme?

“Es criminal quien sonría al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a su mesa; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir”.
José Martí