Por Ramón Antonio Veras
1.- A las pocas horas de haber cumplido mis 82 años, recibí la fatídica noticia del fallecimiento de Marcos Tulio Cepeda, persona con la que compartí los primeros años de mi existencia, cuando ambos residíamos por el que llamábamos el Barrio de la Duarte.
2.- Referirme a Marcos Tulio, es traer a la memoria el recuerdo de mi niñez; evocar las andanzas en grupos y pararnos a charlar en la esquina formada por las calles Duarte y Salvador Cucurullo, en Santiago, o traer a la memoria las prácticas de lucha libre, por allá en los primeros años de la década del cincuenta del siglo pasado.
3.- Acordarme del origen de la vida mía y de Marcos, es rememorar a mis amiguitos de ayer, a los hermanos Pérez Mena y Llenas Dávila; a Elpidio Tavárez, Guillermo Rey, Ramón y Beri Collado; a Juan, Guelo y Fausto; a Ñaño y a Elpidio; a Julito y a Minao; a los hijos de Fufa, a los Culebrones y a todos aquellos que a diario merodeábamos por El Condenao.
4.-Acudir al pensamiento para referirme a Marcos Tulio Cepeda, es regresar a aquellos años cuando ser amigo era, algo así, como hablar de dos vidas iguales que con el trato afectuoso llegaban a la hermandad. La amistad mía y de Marcos Tulio, se forjó en la comunicación diaria, el juego sano y la franqueza mutua.
5.- Abordar la muerte de Marcos Tulio, me sirve para reiterar en lo más profundo de mi conciencia, el cariño sincero a todos aquellos que nacimos y nos desarrollamos en la relación abierta y correlación sin reservas; la confianza entregada a la sincera amistad y la frecuentación fruto de la vecindad que ayer era signo de familiaridad.
6.- Al escribir estas líneas, doy testimonio de condolencias a todos los seres queridos de Marcos Tulio, y también lo hago a nombre de cada uno de los que fuimos sus amigos de infancia, en la edad infantil del querer simple, ingenuo y crédulo de los párvulos.